Por Juan Diego Restrepo E.*
En Riosucio, Chocó, son muchas las historias que cuentan sus pobladores en las riberas del río Atrato. Hace pocos días, visitando ese municipio, escuché relatos que hablan de la perversidad de una guerra que les impide vivir tranquilos. Para ilustrarme narraron lo que viene sucediendo hace siete meses.
En la mañana del 4 de diciembre del año pasado José Graciano Mosquera Murillo salió de su parcela, ubicada en la comunidad de San José de Tamboral, de la cuenca del río Salaquí, Bajo Atrato chocoano, camino al casco urbano de Riosucio. Tenía que hacer varias diligencias en el pueblo. Atrás dejó su rancho, sus animales y sus sembrados. Nadie quedó allí. En la noche, mientras José Graciano descansaba en Riosucio sus posesiones estaban siendo bombardeadas y ametralladas por aviones de la Fuerza Aérea Colombiana (FAC) con el argumento de que allí estaban acampando hombres de la guerrilla de las Farc. De su casa solo quedaron las paredes de madera; sus cultivos se perdieron; y de los animales nada se sabe. En la tierra quedaron amplios cráteres, huellas de las bombas arrojadas, y sobre los arbustos casquillos de balas empleadas por las ametralladoras.